Los pequeños cambios positivos.

La semana pasada asistí a la conferencia Sé hombre, una conferencia dirigida a hombres cristianos. En esta conferencia se nos señaló nuestro pecado, pero también a Jesucristo como nuestro Salvador; se nos señaló la dirección a la que debemos ir, pero también a Jesucristo como nuestro supremo modelo.

Ahora, debemos cuidarnos de que en nuestro entusiasmo post-conferencia nos enfoquemos tanto en el gran cambio positivo que olvidemos y descuidemos los pequeños cambios positivos que conforman ese gran cambio positivo. Kevin DeYoung dice:

“La santidad es la suma de un millón de pequeñas cosas: el evitar los pequeños males y manías, el poner a un lado pequeñas mundanalidades y pequeños actos de compromiso, el mortificar pequeñas inconsistencias y pequeñas indiscreciones, el prestar atención a pequeños deberes y pequeñas resoluciones, el trabajar duro en pequeñas auto-negaciones y pequeños auto-refrenos, el cultivar pequeñas benevolencias y pequeñas paciencias” (The hole in our holiness, p. 145).

Como vemos en Deuteronomio 7:17-26, Dios había determinado echar a las naciones de delante de Israel poco a poco, pero con un propósito y con seguridad; así también Dios ha determinado echar el pecado remanente del cristiano poco a poco, pero con un propósito y con seguridad. Dicho de otra manera, la santificación (la erradicación de la presencia del pecado y la conformación a la imagen de Jesucristo más y más) es un proceso, la glorificación (la perfecta conformación a la imagen de Jesucristo) es segura.

Sin embargo, muchas veces nuestras resoluciones dan a entender que hemos olvidado eso. No me malinterpreten, esto no es una llamamiento a conformarnos donde estamos ni tampoco estoy diciendo que no es saludable tener el deseo de no volver a pecar nunca más. Mi llamamiento es, en primer lugar, a saber que el gran cambio positivo está conformado por pequeños cambios positivos. Entonces, en dependencia de Dios, hacer esos pequeños cambios positivos. ¿Cuáles son esos pequeños cambios positivos que llevarán al gran cambio? ¿Cuáles son esas provisiones que debes destruir para no alimentar las lujurias de la carne? ¿Cuáles son esas virtudes del carácter de Jesucristo que debes perseguir?

El evangelio en nuestra santificación.

Ya hemos visto como el evangelio no es sólo para los no-cristianos, sino que también el evangelio es para los cristianos –debido al pecado remanente–. Ahora, ¿Qué tiene que ver el evangelio en nuestra lucha contra el pecado? ¿Qué tiene que ver el evangelio en nuestra conformación al carácter de Jesucristo? ¿Qué tiene que ver el evangelio en nuestra santificación? Aquí está el pastor y autor Tim Chester para ayudarme a dar respuesta a esa pregunta:

“La clave para el cambio es retornar constantemente a la cruz. Una vida que cambia es un vida centrada en la cruz. En la cruz vemos nuestra fuente de santificación (Efesios 5:25-27; Colosenses 1:22; Tito 2:14). Encontramos esperanza, porque vemos el poder del pecado roto y la vieja naturaleza muerta. Nos vemos a nosotros mismos unidos a Cristo y comprados con su sangre. Vemos la gloriosa gracia de Dios en Jesucristo, muriendo por sus enemigos, el justo por los injustos. Vemos nuestra esperanza, nuestra vida, nuestros recursos, nuestro gozo. En la cruz encontramos la gracia, el poder, y el deleite en Dios que necesitamos para vencer el pecado.

Si no venimos a la cruz una y otra vez, nos sentiremos distantes de Dios, desconectados de su poder, e indiferentes a su gloria –y eso es una receta para el pecado” (You Can Change, p. 127).

Lo que Tim Chester está diciendo, en otras palabras, es que cuando nos predicamos y abrazamos el evangelio de Jesucristo constantemente esto es lo que pasa: Vivimos acorde a la verdad de que la gracia de Dios en Jesucristo no solamente perdona todos nuestros pecados (Ef. 1:7), sino que también nos capacita para renunciar al pecado y vivir para Dios (Ti. 2:12). Nos negamos a presentar nuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, más bien presentamos nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. ¿Por qué? Porque, aunque se susurre engañosamente a nuestra mente que estamos obligados a pecar, sabemos que en Jesucristo estamos muertos al pecado, ya el pecado no es nuestro señor (Ro. 6:11). Nos disponemos y nos esforzamos en glorificar a nuestro buen Señor, ya que la misma sangre que limpia todo nuestro pecado es la misma sangre que nos compró para sí (1 Co. 6:20). Una vez que hemos visto la belleza de nuestro Salvador, expresada en Su obra a nuestro favor, le amamos y buscamos obedecer Sus mandamientos (Lc. 7:47; Jn. 14:15). Nos negamos a los placeres engañosos y temporales del pecado, porque encontramos un gozo real y para siempre en la comunión con Dios que hoy disfrutamos gracias a Jesucristo (2 Co. 5:19).

Poco a poco, pero con propósito y seguridad.

Debido a la obra perfecta de Jesucristo ya somos salvos del dominio del pecado, es decir, ya no somos esclavos del pecado (Ro. 6:2). Sin embargo, el pecado todavía está presente en nosotros y, aunque sí progresivamente (santificación), no estaremos total y definitivamente libres de éste hasta nuestra glorificación (Ef. 5:27). Y en medio de nuestra lucha contra el pecado remanente nos preguntamos: “¿Por qué Dios no me salva de una vez y por todas del pecado remanente? ¿Realmente llegará el día en el cual seré total y definitivamente libre del pecado?”.

Dios tiene algo importante que decirnos al respecto en Deuteronomio 7:21-23, donde se dice: “No te espantes de ellos, porque el Señor tu Dios está en medio de ti, Dios grande y temible. Y el Señor tu Dios echará estas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás acabar con ellas rápidamente, no sea que las bestias del campo lleguen a ser demasiado numerosas para ti. Pero el Señor tu Dios las entregará delante de ti, y producirá entre ellas gran confusión hasta que perezcan”. Aunque esas son las palabras que Dios le dijo a la nación de Israel con respecto a las naciones que enfrentarían y a la tierra que poseerían, aquí hay principios que se aplican a nuestra lucha contra el pecado remanente (enemigo del pueblo de Dios hoy). Continuar leyendo Poco a poco, pero con propósito y seguridad.

Es el evangelio sólo para los no cristianos: Otros autores responden.

Jerry Bridges dice: “no puedo enfatizar lo suficiente la importancia de vivir nuestras vidas cristianas cada día en la atmósfera del evangelio. El evangelio no es sólo para incrédulos. Es también para nosotros, porque todavía somos pecadores –pecadores ciertamente salvados, pero aún pecadores en necesidad de seguridad diaria del perdón de Dios por medio de Cristo” (El gozo de temer a Dios, p. 135). 

Timothy Keller dice: “La creencia en el evangelio no es sólo el camino para entrar en el reino de Dios; es el camino para hacer frente a todo obstáculo y crecer en todos los aspectos. El evangelio no es el “ABC”, sino el “A-hasta-Z” de la vida cristiana… El evangelio de la justificación por la fe significa que mientras los cristianos son, en ellos mismos todavía pecadores y pecan, sin embargo en Cristo, a la vista de Dios, ellos son aceptados y justos. Así que podemos decir que somos más malos de lo que nos atrevemos a creer, pero más amados y aceptados en Cristo de lo que nos atrevemos a esperar –al mismo tiempo” (Paul’s Letter to the Galatians: Living in Line with the Truth of the Gospel).

Tullian Tchividjian dice: “una vez que Dios rescata pecadores, Su plan no es dirigirlos más allá del evangelio, sino moverlos más profundamente hacia él. El evangelio, en otras palabras, no es sólo el poder de Dios para salvarte, es el poder de Dios para hacerte crecer una vez eres salvado. Después de todo, el único antídoto para el pecado es el evangelio –y ya que los cristianos continúan siendo pecadores aun después de que son convertidos, el evangelio debe ser la medicina que un cristiano toma cada día” (Fifteen Books On “The Gospel For Christians”).

C. J. Mahaney: “En las Escrituras descubrimos una profunda urgencia por concentrar todo lo que somos y todo lo que hacemos en derredor del evangelio de la cruz. Porque esta buena nueva no solo es lo primero en términos cronológicos en nuestra experiencia cristiana, sino que también permanece como prioridad, de importancia esencial para crear y sostener nuestro gozo y productividad… La actividad y el hábito diario más importante que podemos tener es recordarnos el evangelio a nosotros mismos” (Vivamos centrados en la cruz, pp. 15, 122).

1ra parte; 2da parte