El inocente que no se defendió.

Isaías profetizó que el Siervo sufriente del Señor sería oprimido y afligido y, sin embargo, Él no abriría Su boca. Éste sería llevado a la misma muerte y, aun así, permanecería mudo.

Años después, Mateo relata que Jesús (el Siervo sufriente del Señor) es entregado –por los sacerdotes y los ancianos– al gobernador romano Poncio Pilato. Y éste último, después de interrogarlo y no recibir respuesta de Jesús, lo sentencia a muerte.

EL ACUSADO

En los primeros versículos de Mateo 27, vemos que Jesús fue llevado ante el gobernador. Allí, Él es interrogado por Pilato y acusado por los principales sacerdotes y ancianos. Aparte de Su breve respuesta afirmando que Él era el Rey de los judíos, Jesús no respondió nada.

“Entonces Pilato le dijo: «¿No oyes cuántas cosas testifican contra Ti?». Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado” (Mateo 27:13-14).

Cuando alguien es acusado de algún crimen, típicamente el acusado responde de una de las siguientes maneras: si es inocente, defendiéndose; si es culpable y admite su crimen, guardando silencio; si es culpable y no admite su crimen, diciendo mentiras.

Pero Pilato estaba muy asombrado de Jesús porque la respuesta de Jesús fue muy peculiar: ¡Él era inocente y guardó silencio ante las acusaciones!

EL INOCENTE

La inocencia de Jesús es claramente vista en el contexto inmediato de este relato de Mateo.
Después de que Jesús fuera condenado, Judas devolvió las treinta monedas de plata que le habían pagado para que entregara a Jesús. El mismo Judas admitió: “He pecado entregando sangre inocente” (v. 4). Es decir que Judas no traicionó a Jesús porque él, en los aproximadamente tres años que éste pasó cerca de Jesús, descubrió algún crimen cometido por Jesús. ¡Jesús era inocente!

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