Paz en el versículo que menos te imaginas.

En el libro titulado El misterio de la providencia, el pastor presbiteriano y autor John Flavel relató la historia de un hombre que “se apartó de malas compañías y entró en una vida reformada”. Pero después de algún tiempo, cedió a la tentación tanto externa como interna y “volvió a caer en los caminos del pecado”.

La Providencia le hizo ver su condición trayendo Proverbios 1:24-26, que dice: “Porque he llamado y han rehusado oír, he extendido mi mano y nadie ha hecho caso. Han desatendido todo consejo mío y no han deseado mi reprensión. También yo me reiré de la calamidad de ustedes, me burlaré cuando sobrevenga lo que temen”.

Ese versículo lo dejó muy inquieto, pensando que su pecado no podría ser perdonado. Pero Dios no había terminado con este hombre. Dios le presentó Lucas 17:4, el cual produjo una paz firme tanto en su mente como en su corazón.

EL VERSÍCULO

Ahora, lo interesante de este versículo es que no es un indicativo del perdón de Dios a nosotros. El versículo es un imperativo del perdón nuestro a los que nos ofenden y se arrepienten. En otras palabras: el versículo no habla explícitamente del perdón de Dios a nosotros, sino del perdón nuestro a otras personas. Leámoslo:

“Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”.

¿Cómo es que ese versículo produjo paz en el corazón de ese hombre? Particularmente a mí, hay dos maneras en las cuales ese versículo ha traído mucha paz a mi corazón.

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El inocente que no se defendió.

Isaías profetizó que el Siervo sufriente del Señor sería oprimido y afligido y, sin embargo, Él no abriría Su boca. Éste sería llevado a la misma muerte y, aun así, permanecería mudo.

Años después, Mateo relata que Jesús (el Siervo sufriente del Señor) es entregado –por los sacerdotes y los ancianos– al gobernador romano Poncio Pilato. Y éste último, después de interrogarlo y no recibir respuesta de Jesús, lo sentencia a muerte.

EL ACUSADO

En los primeros versículos de Mateo 27, vemos que Jesús fue llevado ante el gobernador. Allí, Él es interrogado por Pilato y acusado por los principales sacerdotes y ancianos. Aparte de Su breve respuesta afirmando que Él era el Rey de los judíos, Jesús no respondió nada.

“Entonces Pilato le dijo: «¿No oyes cuántas cosas testifican contra Ti?». Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado” (Mateo 27:13-14).

Cuando alguien es acusado de algún crimen, típicamente el acusado responde de una de las siguientes maneras: si es inocente, defendiéndose; si es culpable y admite su crimen, guardando silencio; si es culpable y no admite su crimen, diciendo mentiras.

Pero Pilato estaba muy asombrado de Jesús porque la respuesta de Jesús fue muy peculiar: ¡Él era inocente y guardó silencio ante las acusaciones!

EL INOCENTE

La inocencia de Jesús es claramente vista en el contexto inmediato de este relato de Mateo.
Después de que Jesús fuera condenado, Judas devolvió las treinta monedas de plata que le habían pagado para que entregara a Jesús. El mismo Judas admitió: “He pecado entregando sangre inocente” (v. 4). Es decir que Judas no traicionó a Jesús porque él, en los aproximadamente tres años que éste pasó cerca de Jesús, descubrió algún crimen cometido por Jesús. ¡Jesús era inocente!

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Gracia que perdona y libera.

El teólogo anglicano Richard Sibbes dijo: “Hay más misericordia en Cristo que pecado en nosotros”. La autora y músico Julia H. Johnston escribió en su himno más conocido: “¡Gracia admirable del Dios de amor / Que excede a todo nuestro pecar!”. Y Jon Bloom, autor y cofundador de Desiring God, dijo: “Tu pecado no es competencia para la gracia de Dios”.

¡Guao! ¡Qué noticias tan maravillosas! Ahora, ¿son esas noticias verdaderas o son noticias falsas? ¿De dónde esas personas habrán obtenido esas noticias? Respuesta: de la Palabra de Dios. Hay muchos pasajes bíblicos que confirman esas noticias. Uno de ellos es Romanos 5:20 que dice:

“La ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.

Nótese que en este versículo no sólo se reconoce la triste realidad de que el pecado está ahí –Adán pecó, tú y yo pecamos–, sino también que hay pecado de más o de sobra. Y aunque esas palabras son desgarradoras, lo siguiente que se dice es gloriosamente esperanzador.

El versículo no dice que donde hubo pecado también hubo gracia –como si hubiera la misma cantidad de gracia que cantidad de pecado–. Tampoco se dice que el pecado abundó y que había gracia –como si pudiera haber más pecado que gracia–. El versículo dice que aunque el pecado abundó, la gracia sobreabundó. La gracia va más allá de lo que ya excede.

Tus pecados son muchos, pero la gracia de Dios siempre es más. Tú puedes tener pecado de sobra, pero Dios tiene gracia más que de sobra. Tus pecados siempre se ahogan en el océano sin fondo de la gracia de Dios. Tu pecado, que es grande, no le da ni por los tobillos a la gracia de Dios. Tus pecados pasados, tus pecados presentes y tus pecados futuros –independientemente de los muchos que sean– nunca agotarán la gracia de Dios. La gracia de Dios siempre superará con creces todos los pecados, de todos los pecadores arrepentidos, a lo largo de toda la historia.

Estoy consciente que lo que acabo de decir suena muy peligroso para algunos. Hay quienes, para usar las palabras de Judas, “convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje”. Y el mismo apóstol Pablo estaba consciente de eso, por eso él dijo en Romanos 6:1 y 2:

“¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.

A aquellos que continúan su vida de pecado con la excusa de querer que la gracia abunde, el apóstol Pablo les dice que es imposible que aquellos que han muerto al pecado continúen viviendo en él. En otras palabras: la gracia de Dios para nosotros en Jesucristo no sólo perdona todos nuestros pecados, sino que nos libera del dominio de éste. Así que, aquel que todavía vive como esclavo del pecado, no puede consolarse con que sus pecados están perdonados.

La gracia de Dios sobreabunda también para hacernos ver como asqueroso el pecado que antes nos parecía atractivo y amar al Dios por quien no teníamos ningún interés. La gracia de Dios sobreabunda también para hacernos dar muerte a nuestro pecado remanente y para obedecer a Dios.