¿Cuál es mi don espiritual?

En 1 Corintios 12 nos encontramos con un símil o una expresión de la semejanza entre dos cosas: el apóstol Pablo (bajo inspiración divina) está diciendo que la iglesia se parece a un cuerpo físico y es el místicamente el cuerpo de Cristo.

Una de las cosas que el apóstol resalta de la iglesia como el cuerpo de Cristo es su diversidad: como cada miembro del cuerpo tiene una función, así también cada miembro de la iglesia tiene al menos un don, un ministerio, una actividad (vv. 4-6).

Los dones espirituales se nos han dado para la edificación o el beneficio de la iglesia. El ejercicio de ellos es de vital importancia para el crecimiento de la iglesia. ¿Sabes tú cuál es tu don espiritual? Si todavía no estás seguro, a continuación te doy algunos pasos para saber cuál es tu don.

4 PASOS PARA SABER CUÁL ES TU DON

1. Ora. Pídele a Dios en oración –¡con fe!– que te muestre cuál es tu don espiritual. Comenzar así tiene todo el sentido del mundo porque Dios no tan solo sabe cuál es tu don espiritual, sino que también Él fue quien te lo dio: “Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Co. 12:7).

2. Estudia. No sólo debes orar, ¡abre tu Biblia! Dios te mostrará cuál es tu don espiritual mientras estudias esos pasajes bíblicos que hablan acerca de los dones espirituales. ¿Cuáles son esos pasajes bíblicos?

  • Romanos 12:6-8
  • 1 Corintios 12
  • Efesios 4:7-13
  • 1 Pedro 4:10-11

3. Pregunta. Pregúntales a tus pastores (a quienes Dios ha puesto para guiarte) cuál ellos piensan que es tu don. Y por qué no, pregúntales también a otros miembros (que te conocen) de la congregación.

4. Involúcrate. Involúcrate en esa área de la iglesia en donde veas una necesidad y piensas que Dios te ha capacitado para servir. En el libro How People Change [Cómo cambia la gente], Tim Lane y Paul Tripp lo dicen de la siguiente manera:

“La persona que ve una falta de organización tiene el don de administración. La persona que ve una falta de preocupación por las necesidades prácticas tiene el don de misericordia. Y la persona que ve en la iglesia una falta de celo evangelístico tiene el don de evangelismo… Una buena manera de determinar tus dones es preguntarte a ti mismo dónde ves una debilidad en el cuerpo. Es muy probable que tú veas estas debilidades porque estás mirando a la iglesia a través de los lentes de tus dones. Donde veas debilidad es probablemente el lugar en donde Dios quieres que sirvas a tus hermanos y hermanas”.

Tu petición ha sido oída.

En el evangelio según Lucas capítulo 1 se describe a un sacerdote llamado Zacarías y a su esposa llamada Elisabet como justos delante de Dios y como quienes se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos de Dios. Dicho de otra manera: ellos eran creyentes verdaderos que habían sido tanto justificados como santificados por Dios.

Sin embargo, como muchos cristianos fieles a Dios saben por experiencia hoy en día, ser creyente no significa necesariamente ser exonerados de las experiencias dolorosas en este mundo caído. Zacarías y Elisabet no tenían hijos porque Elisabet era estéril y ambos eran ya ancianos. Y recordemos que, en ese tiempo, no tener hijos era considerado como una vergüenza.

Pero, mientras Zacarías estaba ejerciendo el sacerdocio en el santuario, el ángel Gabriel se le apareció y le dio buenas noticias de parte de Dios: “No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y lo llamarás Juan” (v. 13). ¿Cuál fue la petición de Zacarías? Algunos piensan que su petición era por la redención de Israel. Otros piensan que su petición era por un hijo. Personalmente me inclino por la segunda interpretación debido al contexto inmediato (“No tenían hijos”) y a la segunda parte del versículo 13 (“y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo”).

Independientemente de cuál sea la interpretación correcta –o de si ambas son correctas–, la parte que quiero resaltar es la siguiente: “tu petición ha sido oída”. Según el ángel, el hijo que ellos iban a tener era la respuesta de Dios a la oración de Zacarías.

Desde que Zacarías y Elisabet eran jóvenes ellos habían estado pidiéndole a Dios un hijo. Y aquí se nos dice que Dios oyó su petición. Esta verdad es tan obvia y al mismo tiempo tan necesaria de recordar: Dios oye nuestras peticiones. Cuando oramos no estamos perdiendo el tiempo, ni enviando una carta “a quien pueda interesar”. Dios realmente oye las peticiones que los creyentes le hacen, para concederlas en tiempo apropiado si están de acuerdo a Su voluntad.

Aunque Zacarías había estado pidiéndole a Dios un hijo desde que era joven, parece que al entrar en una avanzada edad éste dejó de orar por un hijo. Eso es lo que parece debido a la respuesta que Zacarías dio al ángel: “¿Cómo podré saber esto? Porque yo soy anciano y mi mujer es de edad avanzada” (v. 18). Respuesta que el mismo ángel definió como incredulidad (v. 20).

Pero tal como se dice más adelante: “ninguna cosa será imposible para Dios” (v. 37). Elisabet concibió y le dio a luz un hijo. A pesar de que ella era estéril. Y a pesar de que ambos eran ya ancianos. Porque nada es imposible para Dios.

Si Zacarías de veras perdió toda esperanza y dejó de pedir en su ancianidad, no dejes tú de orar. Las dificultades que se presenten en tu camino no siempre significan que Dios ha respondido negativamente a tu petición. Orar en todo tiempo sin desfallecer es nuestro deber tal como nos enseñó Jesús (Lc. 18:1). Deja que la respuesta de Dios ha Zacarías anime tu fe a perseverar en la oración.

Algo más emocionante que expulsar demonios.

En Lucas 10 se relata que, después de enviar a los doce apóstoles a proclamar el reino de Dios y a sanar a los enfermos, Jesús designó a setenta hombres con una misión similar: ellos tenían que ir –delante de Jesús– a toda ciudad y lugar a predicar y sanar. El versículo 9 lo dice claramente: “sanen a los enfermos que haya en ella, y díganles: ‘Se ha acercado a ustedes el reino de Dios’”.

Pasado un tiempo –que tal vez fue breve–, los setenta regresaron con gozo por todo lo que había sucedido en su misión. Y ellos mencionaron específicamente lo siguiente: “Señor, hasta los demonios se nos sujetan en Tu nombre” (v. 17).

Estos setenta discípulos debieron sorprenderse al ver que no sólo predicaban y sanaban, sino que también expulsaban demonios –un poder que se les había dado a los doce apóstoles anteriormente–. Antes de la primera venida de Jesús, la Biblia no registra casos de hombres expulsando demonios. Así que, el hecho de que ellos pudieran hacer eso en nombre de Jesús debió ser muy emocionante para ellos.

Jesús les dijo que “veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (v. 18), diciéndoles así a Sus discípulos que tanto Satanás como sus demonios estaban derrotados. Y eso, como dice Hendriksen, “no sólo era una referencia a este acontecimiento en particular, a saber, el éxito de los setenta y dos, sino más bien a todos los acontecimientos similares que hubieron de ocurrir más tarde. En otras palabras, Jesús veía el triunfo de estos setenta y dos como algo sintomático de las muchísimas otras victorias sobre Satanás a través del curso de la nueva dispensación, triunfos logrados a través de la obra de miles de otros misioneros”.

Jesús también le dijo a los setenta: “Miren, les he dado autoridad para pisotear sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada les hará daño” (v. 19). Tanto este versículo como los anteriores dejan claro que los setenta hicieron lo que hicieron porque Jesús les concedió ese poder o autoridad.

Por último, Jesús agregó: “Sin embargo, no se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos” (v. 20). Los setenta fueron a Jesús con gozo diciéndole que los demonios se sujetaban y Jesús les responde que no se regocijen por eso.

Ahora, Jesús no era un aguafiestas. Lo que Jesús estaba haciendo aquí era redirigiendo el gozo de ellos a donde debería estar: que sus nombres estaban escritos en los cielos. Y no sólo los nombres de los setenta están escritos en el cielo, sino también de todos aquellos que se han arrepentido sinceramente de todos sus pecados y han puesto toda su fe en Jesús como suficiente Salvador.

Tener autoridad para someter a los demonios y hacer milagros es muy emocionante. Pero recordemos que en el día final muchos profesarán haber hecho esas cosas y Jesús les dirá: “Jamás los conocí; apártense de Mí” (Mat. 7:23). Pero aquellos cuyos nombres están escritos en los cielos –o en el libro de la vida del Cordero– vivirán en un cielo nuevo y una tierra nueva, entrarán a la gran ciudad santa de Jerusalén (Ap. 21). Y disfrutarán de una comunión ininterrumpida con Jesús para siempre.

Yo no hablo en lenguas. No hago milagros. No echo fuera demonios. Pero soy salvo. Y eso es más que suficiente para yo regocijarme. Si tú eres como yo, Jesús nos invita a alegrarnos de que nuestros nombres estén escritos en los cielos. Esa es la maravilla más grande de todas.