La falta de amor por el mundo no es condenada por Dios, al contrario, es aplaudida. Aquellos que profesan conocer a Dios no deben amar el sistema organizado de maldad que se opone a Dios.
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5 argumentos a favor de la existencia de Dios.
¡Yo también te amo!
Ahà está el Cordero de Dios.
“¿QuiĂ©n eres tĂş?” –fue la pregunta que los sacerdotes y levitas le hicieron a Juan el Bautista. A la que Ă©ste Ăşltimo respondiĂł diciendo que Ă©l no era el Cristo, sino que era alguien que vino antes del Cristo para introducirlo. Al dĂa siguiente, Juan vio a JesĂşs y dijo: “AhĂ está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. JesĂşs es el Cristo, quien en Su primera venida vino como el Cordero de Dios.
A JesĂşs apuntaba ese cordero pascual que segĂşn Éxodo 12 debĂa ser sin defecto (v. 5) y cuya sangre servirĂa de protecciĂłn contra la destrucciĂłn que estaba a punto de venir (v. 13). A JesĂşs apuntaba ese cordero que segĂşn Éxodo 29:38-42 debĂa ofrecerse diariamente. Pero a diferencia de los sacrificios de esos corderos que fueron insuficientes para quitar el pecado, el sacrificio de JesĂşs fue suficiente. JesĂşs es ese cordero que segĂşn IsaĂas 53:6, 7 se entregĂł voluntariamente para expiar los pecados.
Y como el Cordero de Dios, JesĂşs “quita el pecado del mundo”. ÂżQuĂ© significa eso? Significa que todos y cada uno de nuestros pecados fueron transferidos a JesĂşs, Él se hizo responsable de todos ellos y sufriĂł el castigo que ellos merecĂan. Y eso es cierto no sĂłlo para los judĂos creyentes, sino tambiĂ©n para todas las personas que en todo lugar se apropian del sacrificio de JesĂşs por medio de la fe.
El evangelio de Jesucristo es y siempre será relevante. Gracias a Su sacrificio nuestros pecados pasados no son recordados y en el futuro seremos salvos de la ira venidera. Pero tambiĂ©n es gracias a Su sacrificio que cada dĂa podemos orar “perdĂłnanos nuestras deudas”, tener la seguridad de que somos perdonados y podemos seguir disfrutando de la comuniĂłn con Dios.
Termino con la siguiente exhortaciĂłn J. C. Ryle:
“Sirvámosle con fidelidad como nuestro Señor. Obedezcámosle con lealtad como nuestro Rey. Estudiemos su enseñanza como nuestro Profeta. Caminemos siguiéndole con diligencia como nuestro ejemplo. Busquémosle con inquietud como nuestro Redentor de cuerpo y alma que volverá. Pero, sobre todo, ensalcémoslo como sacrificio por nosotros y dejemos toda nuestra carga sobre su muerte expiatoria por el pecado. Sea su sangre más valiosa a nuestros ojos cada año que vivamos”.
