El reino de Jesucristo está cerca.

Cuando Jesucristo nació, Roma era dueña de Palestina; también, muchos en Israel eran pobres y muchos estaban enfermos. En esa época los judíos pensaban que el Mesías establecería un reino terrenal que derrocaría al imperio romano. Los judíos se equivocaron al pensar que el Mesías reinaría de tal forma en Su primera venida. Pero el Mesías ciertamente reinará de una manera universal y eterna: “Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32, 33).

En un sentido este reino ya ha venido, pero en otro sentido (escatológico o futuro) todavía no. Jesucristo, en Su primera venida, inauguró este reino: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15; véase también Mateo 12:28). Greg Gilbert dice –hablando acerca del sentido en el que el reino ya ha llegado:

“El rey Jesús va a la soledad del desierto para enfrentarse a Satanás (aquel que tantos años antes había tentado a Adán y arrojado el mundo a la corrupción), ¡y lo derrota de forma decisiva! Toca los ojos de una persona que había nacido ciega y la luz entra por primera vez. Se queda viendo hacia la triste oscuridad de una tumba y clama: “¡Lázaro, ven fuera!” y la muerte comienza a sentir como la opresión que ejerce sobre la humanidad se debilita al tiempo que este hombre muerto sale caminando. Y claro que después, sobre todo, el mismo pecado fue derrotado cuando Jesús clamó en la cruz “Consumado es”. Y la cautividad a la muerte terminó completamente cuando aquel ángel dijo (seguramente con una sonrisa en sus labios): “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?, no está aquí, ha resucitado” (Lucas 24:5-6). Paso a paso y golpe a golpe, Jesús estaba deshaciendo de forma completa los efectos de la caída. El rey legítimo del mundo había venido y todo lo que era obstáculo para el establecimiento de ese reino (pecado, muerte, el infierno, Satanás) estaba siendo derrotado de forma decisiva” (¿Qué es el evangelio?, p. 65).

Continuar leyendo El reino de Jesucristo está cerca.

5 verdades sobre Romanos 8:28.

Aparte de Juan 3:16, hay un versículo en la Biblia que es muy conocido entre los cristianos. Es un versículo al cual recurrimos cuando nuestra barca parece ser cubierta por un mar de aflicción. Es un versículo que podría sonar como el famoso refrán “no hay mal que por bien no venga”, pero que como veremos más adelante no es igual –¡es mucho mejor!–. Consideremos cinco verdades sobre Romanos 8:28, el cual dice:

“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”.

1. Todas las cosas significa todas. Esto puede ser obvio para muchos, pero es bueno enfatizarlo. Cuando el versículo dice que «todas las cosas cooperan para bien» no excluye las cosas malas que puedan venir. Si tenemos tribulación, ésta cooperará para nuestro bien; si tenemos angustia, ésta cooperará para nuestro bien; si tenemos persecución, ésta cooperará para nuestro bien; si tenemos hambre, ésta cooperará para nuestro bien; si tenemos desnudez, ésta cooperará para nuestro bien; si tenemos peligro, éste cooperará para nuestro bien; si tenemos espada (i.e. muerte), éste cooperará para nuestro bien.

2. La promesa no es para todo el mundo. Nótese que esta promesa no va dirigida a todo el mundo sin excepción. La promesa va dirigida a un grupo particular de personas: aquellos que aman a Dios, aquellos que son llamados por Él. Solamente los cristianos pueden apropiarse de esta promesa y hallar consuelo en ella. Continuar leyendo 5 verdades sobre Romanos 8:28.

Demasiado bueno, pero es verdad.

Las promesas de Dios son «preciosas y grandísimas». Para la mente natural, esas promesas son demasiado buenas para ser verdad; ésta no cree que sean verdad, sino una locura. Lamentablemente, no son pocas las veces que aun nosotros los cristianos no creemos las promesas de Dios. Al actuar como incrédulos ofendemos grandemente a Dios, pues le tratamos como un mentiroso; además, estamos actuando como necios al dejar de creer en Aquel que siempre es fiel.

En Lucas 1:5 leemos lo siguiente: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, que tenía por mujer una de las hijas de Aarón que se llamaba Elisabet”. Mientras Zacarías ejercía su ministerio sacerdotal, un ángel del Señor se le apareció, trayendo consigo la siguiente promesa de Dios: “No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y lo llamarás Juan” (Lucas 1:13).

Ahora, el problema era que él y su esposa no tenían hijos debido a que Elisabet era estéril y ambos ya eran de edad avanzada (1:7). A lo que Zacarías, descrito anteriormente como justo delante de Dios (1:6), respondió con incredulidad: “¿Cómo podré saber esto? Porque yo soy anciano y mi mujer es de edad avanzada” (v. 18). Lo cual fue una ofensa grave a Dios, por lo que el ángel le respondió: “Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas nuevas. Y he aquí, te quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que todo esto acontezca, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo” (1:19, 20). ¿Demasiado bueno para ser verdad? La primera parte del versículo 24 responde: “Y después de estos días, Elisabet su mujer concibió”.

Dios ha prometido salvación por medio de la fe y no por las obras (Efesios 2:8, 9); vida eterna (Tito 1:2); perdón de absolutamente todos los pecados (1 Juan 1:9); suplir nuestras necesidades (Mateo 6:31); jamás abandonarnos (Deuteronomio 31:8); que nada nos separará de Su amor (Romanos 8:38, 39). Por la fe hemos de creer en todas esas promesas como ciertas y decir “demasiado bueno, pero es verdad”, debido al carácter fiel de Aquel que las prometió –Dios no miente–.

¿¡Ansioso yo!?

Cuando Jesús dijo “no os preocupéis” (Mateo 6:25), Él no estaba hablando en contra de trabajar o en contra de ocuparnos en nuestros asuntos; más bien, Él estaba diciendo “no os afanéis” (RVR1960). El afán o la ansiedad es una preocupación excesiva o un trabajo hasta la fatiga. Y en Mateo 6:25-34 podemos encontrar al menos tres características del afán o la ansiedad:

El afán nos hace preocuparnos excesivamente y trabajar con fatiga por aquellas cosas que están fuera de nuestro control y, por lo tanto, no están dentro del círculo de nuestra responsabilidad: “¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (v. 27). Dios fue quien le quitó la vida a Acab, aun cuando éste trató de evitarlo (1 Reyes 22:34). Dios fue quien prolongó la vida de Ezequías, aun cuando éste estaba al borde de la muerte (2 Reyes 20:6). Sí, debemos ser prudentes en cuanto a cómo andamos; sí, debemos visitar y seguir las instrucciones del médico; pero no olvidemos que, en última instancia, es de Dios que depende cuánto viviremos. Los resultados son del Señor.

El afán nos hace preocuparnos excesivamente y trabajar con fatiga a costa de nuestra relación con Dios: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (v. 33). Recordemos el caso de Marta, quien estaba tan ocupada por los quehaceres del hogar que descuidó la buena parte, sentarse a los pies de Jesús para escuchar Su Palabra (Lc. 10:41, 42).

El afán nos hace preocuparnos excesivamente y trabajar con fatiga no necesariamente por problemas que ya tenemos, sino por problemas que posiblemente vengan: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (v. 34). J. C. Ryle dijo: “La mitad de nuestras penas son causadas por imaginar cosas que pensamos que nos van a pasar; la mitad de las cosas que esperamos que nos van a pasar nunca llegan”.

¿Te has estado preocupando excesivamente y trabajando con fatiga por cosas que están fuera de tu control? ¿Te has estado preocupando excesivamente y trabajando con fatiga a costa de tu relación con Dios (descuidando la lectura diaria de la Biblia, la oración privada y el congregarse junto a los cristianos)? ¿Te has estado preocupando excesivamente y trabajando con angustia por problemas que posiblemente vengan? Si es así, arrepiéntete de tu pecado, pídele confiadamente a Dios que te perdone en Jesucristo y sabe (confía) que Dios es tu Padre celestial que conoce tu necesidad y se ha comprometida a suplirla.