Sobras de comida, platos sucios, bolsas de basura y Dios.

Estoy convencido de que algunas de las bendiciones de Dios llegan disfrazadas. Y las sobras de comida, los platos sucios y las bolsas de basura son algunas de esas bendiciones que muchas veces no apreciamos hasta que vemos más allá de su apariencia.

En este breve artículo, te explicaré por qué considero que esas cosas son bendiciones disfrazadas. Pero antes, quiero aclarar que esas no son bendiciones en sí mismas, sino porque nos señalan a algo acerca de Dios.

Actividades no muy agradables

Mientras que algunas personas no tienen problema en comer las sobras de su comida, a otras les desagrada la idea y prefieren algo recién preparado. Para algunos, hacer caldos y sopas con restos de comida o recalentar “lo mismo de ayer” no resulta atractivo, sino más bien aburrido. Para otros, estas prácticas se asocian con la escasez y un bajo estatus, por lo que las repudian.

Lavar los platos sucios es uno de dos trabajos sucios que muy pocos –o nadie– disfruta hacer en casa. Lavar uno o dos platos no es gran cosa, pero cuando enfrentas una montaña de platos acumulados, la tarea puede sentirse como una verdadera tortura. Los restos de comida pegados en los platos, las sobras que se han pegado a los tenedores y la grasa con la que quedaron los sartenes hace que el lavar los platos sea un trabajo arduo. Y cuando por fin terminas de limpiar los platos y los vasos, las cucharas, los tenedores y los cuchillos, las ollas y los sartenes, alguien más llega y deja otro utensilio en el fregadero.

Sacar la basura es el otro trabajo sucio que nadie quiere hacer. Sin embargo, por más que se evite, es inevitable –más que Thanos–. Tarde o temprano, alguien tendrá que hacerlo, quizá el hijo que, entre quejas, se pregunta por qué no puede ir su hermana en su lugar. Y es comprensible: nadie quiere exponerse al olor desagradable, correr el riesgo de que la bolsa se rompa y esparza su contenido por el suelo o que una gota del líquido que escurre termine en su pie.

La provisión de Dios

Sin embargo, he aprendido algo que quiero compartir contigo: las sobras de comida, los platos sucios y las bolsas de basura son señales de la provisión de Dios. Una provisión generosa. Piénsalo por un momento: no estaría sacando esta bolsa de basura si Dios no hubiera provisto primero algo para consumir. Los platos no estarían sucios si Él no hubiera puesto comida en ellos. Y no habría sobras para recalentar si Dios no me hubiera bendecido tan generosamente que no sólo comí y me sacié, sino que también sobró.

Cuando recalentamos la comida, lavamos los platos o sacamos la basura con gratitud en lugar de queja, estos momentos se transforman en actos sagrados. Sagrados porque son tan santos como cuando nos congregamos los domingos y cantamos: “Santo, Santo, Santo”.

Por lo tanto, seamos más agradecidos y demos a Dios la gloria que merece por Su generosa provisión. Termino con las palabras del apóstol Pablo en Filipenses 4:19 que dicen: “Y mi Dios proveerá a todas sus necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Ya lo hizo al darnos la salvación en Jesús y, junto con Él, todo lo demás. Y lo seguirá haciendo.

La oración como adoración.

Cuando lees la palabra “adoración”, ¿qué viene a tu mente? Si eres como la mayoría de los cristianos, una de las primeras cosas que vendrá a tu mente es una canción de alabanza. Y eso no está mal, porque la alabanza es parte de la adoración a Dios. Repito: es parte. No es todo.

¿Has pensado en la oración como un acto de adoración a Dios? Aquí te doy cuatro argumentos por los que la oración es un acto de adoración. Todos ellos a partir de la oración modelo que Jesús le enseñó a Sus discípulos y que conocemos como el Padrenuestro.

La oración presupone la existencia de Dios.

“Padre nuestro que estás en los cielos” (Mat. 6:9).

La oración que Jesùs espera que hagamos no es hablar con nosotros mismos. No es como una carta dirigida a quien pueda interesar. Tampoco se dirige a algún santo o “gran” cristiano del pasado. La oración que Jesús espera que hagamos se dirige a Dios. Orar presupone que Dios existe y escucha nuestras oraciones. Si no fuera así, ¿para qué, entonces, orar?

Nótese, también, que hay dos cosas muy importantes que Jesús quiere que sepamos de este Dios. Número uno, que Dios es nuestro Padre: a quien podemos acercarnos con confianza, sabiendo que Él siempre quiere lo mejor para nosotros. Número dos, que Dios está en los cielos: Él está allá arriba y nosotros aquí abajo. Por lo tanto, Él debe ser honrado y respetado como alguien muy superior a nosotros.

Continuar leyendo La oración como adoración.