¿Te han robado el asombro estas dos mentiras?

“Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos…” (1 Juan 3:1).

El pastor John MacArthur dice que aquí Juan expresa una “explosión de asombro” y una “admiración atónita”. Otros eruditos hablan de una “exhibición maravillosa” (JFB). Y otros comentaristas mencionan “una exclamación cargada de maravilla y asombro”.

Un comentario de la Biblia Textual señala que Juan, literalmente, está diciendo: “¡Miren de qué país es este amor!”. Es decir, este amor no es ordinario, es extraordinario. No lleva la etiqueta “Hecho en China”, sino una que dice: “Hecho en el cielo”.

Este amor es único. Es especial. Es grande. Es el amor de Dios Padre y es para ti, si has recibido a Jesucristo y has creído en Su nombre (Juan 1:12). Y el apóstol Juan nos apunta a la demostración del amor de Dios: Él nos llama —y nos ha hecho— Sus hijos.

Y si esa verdad no nos emociona tanto como emocionaba a Juan, si al leerla sólo decimos “Eso ya lo sabía”, si escuchamos eso y seguimos como si nada, entonces hay algo mal en nosotros. ¡Hay un serio problema con nosotros!

Hay dos mentiras comunes que muchos creen y que este pasaje de 1 Juan desmiente con claridad. Ambas tienen el potencial de robarnos el asombro ante el hecho glorioso de que Dios nos amó y nos hizo Sus hijos.

Mentira #1:

“Todo el mundo es hijo de Dios”.

Si tú crees que el estado natural de todo ser humano al nacer es ser hijo de Dios, entonces lo que Juan está diciendo aquí no te asombrará.

Pero nota lo que dice el versículo 2: “ahora somos hijos de Dios”. Esa palabra “ahora” implica que hubo un tiempo en el que no lo éramos. La Biblia enseña que todos somos criaturas de Dios, pero no todos somos hijos de Dios. Nadie nace siendo hijo de Dios. Al contrario, Efesios 2:3 dice que somos “por naturaleza hijos de ira”.

Pero Dios te amó cuando merecías Su ira. Dios te hizo Su hijo cuando eras Su enemigo. Dios te haló hacia el cielo cuando estabas cayendo al infierno.

¡Miren qué clase de amor!

Mentira #2:

“Yo merezco ser hijo de Dios”.

Esa es otra mentira que nos puede hacer perder el asombro por el hecho de ser somos hijos amados de Dios. Yo no tengo que dar gracias por algo que yo compré o me gané.

Pero no obviemos lo que dice el versículo 1 con respecto al amor de Dios. Juan dice que ese amor se “nos ha otorgado (por) el Padre”. El amor de Dios y el derecho a ser llamados Sus hijos no se ganan; no se otorga después de pasar un examen; no se compran con dinero ni con buenas obras.

El amor de Dios y el derecho a ser llamados Sus hijos es un regalo de Dios para nosotros en Jesucristo: Él dejó el cielo. Vivió la vida perfectamente obediente que tú y yo debimos haber vivido, pero no vivimos. Murió la muerte cruel que tú y yo merecíamos por nuestros pecados, para que no tengamos que ser castigados. Y resucitó triunfante para darnos este regalo.

¡Miren qué clase de amor!