En este sermón consideraremos: El mandato negativo de no afanarnos que Jesucristo nos da; cuatro razones de por qué no afanarnos: (1) porque el mismo Dios que nos ha dado la vida y el cuerpo es el mismo Dios que nos dará el alimento y la ropa, (2) porque hay cosas que están fuera de nuestro control y que por mucho que nos afanemos no podremos manejar, (3) porque cada día trae su afán y (4) porque Dios es nuestro Padre, que conoce nuestra necesidad y se ha comprometido a suplirla; una deficiencia en la fe como la causa del afán; y el mandato positivo de buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia, acompañado de una promesa.
Etiqueta: Promesa
De ningún modo lo echaré fuera –¡bendita seguridad!
Muchos maestros o líderes de las religiones en este mundo han mostrado a sus seguidores un camino a seguir, pero no le han garantizado salvación. No es así con Jesucristo, el Hijo de Dios. El Señor Jesucristo no vino a mostrar un camino, sino que Él mismo es el camino –y Su resurrección lo confirmó– y todos los que van a Él tendrán, sin duda alguna, salvación. Uno de los pasajes bíblicos en los cuales encontramos esta verdad es Juan 6:37b que dice:
“al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera”.
Las palabras de Jesucristo no son: “a los justos que vienen a mí”; ni: “a los que tienen algo bueno que ofrecer”. Por lo tanto, estas palabras son para todos, para todos los pecadores –sí, incluso los más terribles pecadores–. Las palabras de Jesucristo tampoco son: “sólo al que viene a mí por primera vez”. Sí, las palabras de Jesucristo están dirigidas a aquellos que van por primera vez (no-cristianos todavía), pero no únicamente a ellos; estas palabras también son para aquellos que han ido a Él anteriormente (ya cristianos). Las palabras de Jesucristo son: “al que viene a mí” –punto–. Allí no hay ninguna condición aparte de dar la espalda al pecado (arrepentimiento) e ir confiadamente (fe) a Jesucristo. Por lo tanto, no importa si eres un gran pecador y no importa si vas por primera vez o por milésima vez. Mientras vayas a Él, está promesa segura es para ti: “de ningún modo lo echaré fuera”.
Aquellos que se oponían a Jesucristo lo llamaron “amigo de pecadores” (Mt. 11:19) y decían que Él «recibe a los pecadores y come con ellos» (Lc. 15:2). Y Jesucristo mismo afirmó: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:32).
J. C. Ryle dijo: “Quizá nuestra vida anterior haya sido muy mala. Quizá nuestra fe actual sea muy débil. Quizá nuestro arrepentimiento y nuestras oraciones sean muy pobres. Quizá nuestro conocimiento de la religión sea muy escaso. ¿Pero venimos a Cristo? Esa es la cuestión. De ser así, esta promesa nos pertenece. Cristo no nos echará fuera. Podemos recordarle valientemente su propia palabra”.
1ra parte; 2da parte
El hombre miente y se arrepiente, Dios no [Sermón]
Dios no es como los hombres que mienten y se arrepienten. Y para no responder en incredulidad al Dios que nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, debemos mirar con ojos de fe no sólo a las promesas en sí mismas, sino también al carácter de Aquel que prometió: Dios es fiel e inmutable.
Él no se apartará, ni yo tampoco.
Me era difícil conciliar el sueño cuando me acostaba pensando acerca de la eternidad. Y es que yo, que vivo en el tiempo, no podía imaginar un estado sin tiempo o una clase de tiempo que dura para siempre. Sin embargo, confieso que eso no era lo que más me preocupaba, sino pensamientos que venían a mi mente tales como: “¿Qué si después de nueve trillones de años Dios se cansa de mí, dice que no debió haberme salvado y me destruye? ¿O qué si después de siete trillones de años yo soy el que me aparto en rebeldía contra Dios?”. Pero, en esos momentos hablaba a mí alma con varios pasajes de la Palabra de Dios y he aquí uno de los pasajes bíblicos más contundentes para mí:
“Haré con ellos un pacto eterno, por el que no me apartaré de ellos, para hacerles bien, e infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí” (Jer. 32:40).
En este versículo se comienza hablando de un pacto, el nuevo pacto, y es descrito como eterno. Es decir que este pacto va más allá del aquí y el ahora, se extiende más allá de cincuenta o cien años, es eterno. En este pacto, el Dios que es fiel a Su Palabra, que nunca ha dejado de cumplir Sus promesas, el Dios que compromete Su gloria, Su nombre, a sí mismo, promete dos cosas.
Lo primero que Dios promete es: “no me apartaré de ellos, para hacerles bien”. Dios nunca se apartará de los Suyos, nunca se arrepentirá de salvarlos, nunca se volverá atrás de hacerles bien; más bien Él se alegrará al hacerles bien (vers. 41), hará del hacerles bien Su gozo. Y después de nueve trillones de años, Su alegría en los Suyos al hacerles el bien no habrá disminuido ni un poco, ni pensamiento alguno de volverse atrás pasará por Su mente.
Lo segundo que Dios promete es: “infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí”. Dios dice que pondrá Su temor dentro los Suyos con el propósito de que ellos nunca se parten de Él –dicho de otra manera, con el propósito de que ellos no dejen de recibir la bendición de estar en la presencia de Dios–. Al parecer yo pensaba, aunque no lo expresara con palabras, poder permanecer cincuenta o cien años, pero siete trillones de años… no lo sabía. Pero lo cierto es que, como nos enseña este pasaje bíblico y otros pasajes más, en última instancia yo persevero no por mi resolución, sino por la resolución de Dios de preservarme; en última instancia el poder que me hace perseverar no es el mío, sino el de Dios. Por tanto, tú, yo y el resto de los Suyos podemos estar seguros de que el poder que nos hace perseverar hoy es el mismo que nos mantendrá firmes aun después de siete trillones de años. ¡Aleluya!