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Un de las maneras más raras de terminar o despedirse en una epístola, en la Biblia, la encontramos en 1 Juan 5:21, que dice: “Hijos, guardaos de los ídolos”. Digo “rara” porque no es común que los autores bíblicos terminen sus epístolas de esa manera. Y si leemos los versículos anteriores, el llamamiento del versículo 21 hasta podría parecernos fuera de lugar –pero no es así–.
¿Qué es un ídolo? Es todo aquello que, no siendo el único Dios verdadero, tratamos como si fuera Dios. Es todo aquello que, no siendo Dios, hemos sentado en el trono de nuestro corazón. Es todo aquello que, no siendo Dios, hemos posicionado en el centro de nuestra vida y ahora toda nuestra vida gira alrededor de ello. De eso, dice el apóstol (inspirado por Dios), debemos guardarnos, cuidarnos, evitarlo, huir. En resumen, Dios nos dice, no sean idolatras.
Este mandato o advertencia no es superflua, no está allí de más. Debido al pecado que mora en nosotros, somos tentados constantemente a tener ídolos en nuestro corazón. En Génesis 1:31 se dice que «vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera»; y en 1 Timoteo 6:17 se dice que Dios «nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos». Sin embargo, debido al pecado en nosotros, estamos expuestos constantemente al peligro de adorar y servir a las criaturas en lugar de al Creador (Ro. 1:24). Y los cristianos no somos inmunes a esto (1 Jn. 5:21). Juan Calvino lo dijo de la siguiente manera: “El espíritu del hombre es un perpetuo taller para forjar ídolos”.
Ahora, hay idólatras escandalosos: estos son los que hacen grandes estatuas de sus maestros religiosos o aquellos que tienen cuadros y pequeñas esculturas de “santos” y los adoran. Pero también hay idólatras sigilosos: estos son los que han posicionado a algo o a alguien en el centro de sus vidas y ahora sus pensamientos, emociones y voluntad son gobernados por eso en lugar de Dios. Puede que no sean cosas pecaminosas en sí mismas, pero que se les ha dado más importancia, son deseadas más que a Dios. Estos ídolos pueden ser personas (p. ej. Familiares), cosas (p. ej. Riquezas materiales) o estados (p. ej. Comodidad).
“Hijos, guardaos de los ídolos.”
Esta es una pregunta controversial, pero no difícil de responder correctamente. Es controversial porque muchos no cristianos responden afirmativamente a esta pregunta –“sí, todos somos hijos de Dios”–, mientras muchos cristianos responden negativamente a esta pregunta –“no, no todos son hijos de Dios”–. Pero esta pregunta no es difícil de responder correctamente si atendemos a las palabras de Dios, quien no es injusto para negar a Sus hijos: “Porque tú eres nuestro Padre, aunque Abraham no nos conoce, ni nos reconoce Israel. Tú, oh SEÑOR, eres nuestro Padre, desde la antigüedad tu nombre es Nuestro Redentor”.
Consideremos un pasaje bíblico que nos ayudará a responder correctamente la pregunta, Juan 1:10-13 dice lo siguiente: “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de El, y el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios”. Por el contexto sabemos que este pasaje comienza hablando de Jesucristo, el Verbo o Palabra encarnada de Dios. Él fue quien estaba en el mundo que había hecho, y éste no le conoció. Él fue quien vino a los suyos (Su pueblo, Su gente; los Judíos), y no fue recibido. Dios mismo, entonces, marca un contraste entre los que no conocieron a Jesucristo, los que no le recibieron y los que sí le recibieron, los que creyeron en Su nombre –lo cual es fruto de la regeneración o el nuevo nacimiento–. Una vez marcado este contraste, Dios pasa a decir acerca del segundo grupo (los que recibieron a Jesucristo, los que creen en Su nombre), y sólo de este segundo grupo, que se «les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios». Los del primer grupo son criaturas de Dios (vv. 10, 11), los del segundo grupo son hechos hijos de Dios (vv. 12, 13). Continuar leyendo ¿Somos todos hijos de Dios?
Me encanta la fotografía. Me encanta tomar mi cámara fotográfica, encuadrar, enfocar y presionar el disparador, para así capturar una imagen. Me gusta tanto la fotografía porque por ella puedo capturar y contemplar [por un largo tiempo] la bella imagen de la creación de Dios, una creación que cuenta la gloria de Dios (Sal. 19:1). Detenerme y contemplar la creación de Dios en detalle hace que mi corazón se llene de emoción y entone una alabanza al Creador.
Lamentablemente, muchos se han acostumbrado al ritmo rápido de este mundo y no observan con detenimiento la creación de Dios. Otros se han acostumbrado de tal manera a la creación de Dios, que muchas veces no les parece tan maravillosa como en realidad ella es (Sal. 72:18; 77:14; 86:10). Pero con la fotografía yo puedo capturar algunos detalles de la creación de Dios, contemplarlos y repetir las palabras del salmista: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y la expansión anuncia la obra de sus manos. Un día transmite el mensaje al otro día, y una noche a la otra noche revela sabiduría. No hay mensaje, no hay palabras; no se oye su voz. Mas por toda la tierra salió su voz, y hasta los confines del mundo sus palabras. En ellos puso una tienda para el sol, y éste, como un esposo que sale de su alcoba, se regocija cual hombre fuerte al correr su carrera. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el otro extremo de ellos; y nada hay que se esconda de su calor” (Salmos 19:1-6). Y cantar las palabras de Folliott S. Pierpoint en su himno Por la excelsa majestad: Continuar leyendo Me gusta escribir con la luz.