En ese estado entre los sueños y el estar despierto, me hallé en medio de la habitación. No había nada en particular sobre esta habitación excepto una pared que estaba completamente cubierta por archivos con pequeñas tarjetas. Eran como las tarjetas que usan en la biblioteca donde aparecen escritos los títulos por el nombre del autor o por el tema del libro en orden alfabético. Pero estos archivos, que llenaban la pared desde el piso hasta el techo, y aparentemente se extendían sin fin hacia los lados, estaban clasificados con diferentes encabezamientos. Al acercarme a esta pared, el primer archivo que me llamó la atención fue uno que decía: “Chicas que me han gustado”. Lo abrí y comencé a leer las tarjetas. Rápidamente lo cerré, al reconocer con asombro que todos los nombres escritos me eran conocidos.
Fue ahí cuando supe exactamente dónde me encontraba. Esta habitación sin vida, y llena de pequeños archivos era un ordinario fichero que representaba toda mi vida. Aquí estaban escritas todas las acciones de cada momento de mi vida, grandes y pequeñas, donde se mencionaban los más insignificantes detalles que ni yo mismo podía corroborar.
Un sentimiento de asombro y curiosidad, mezclado con horror, se agitó dentro de mí, cuando al azar comencé a abrir los archivos y explorar su contenido. Algunos me llenaron de gozo y dulces recuerdos, mientras que otros me produjeron vergüenza y pena, pero fue tan intenso que en ocasiones miraba sobre mi hombro para ver si alguien me estaba observando. Otro archivo con el encabezamiento “Amigos” estaba al lado de uno titulado “Amigos que he traicionado”.
Los rótulos era muy variados: desde lo común y corriente, hasta lo extraño; “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, “Consuelo que he dado”, “Chistes de los cuales me he reído”. Algunos eran comiquísimos por su exactitud: “Cosas que le he gritado a mis hermanos”. Había también otros de los cueles no me podía reír: “Cosas que he hecho en ira”, “Cosas que le he dicho a mis padres entre dientes”. El contenido de las tarjetas no dejaba de asombrarme. A menudo había más tarjetas de las que yo esperaba, y en otras ocasiones que pensaba encontrar muchas, había menos. Continuar leyendo Harris sobre “La habitación”.