“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él” (1 Juan 5:1).
El primer fruto del nuevo nacimiento es que yo creo que “Jesús es el Cristo”. Y obviamente, creer eso no es algo intelectual o algo que sólo hago con mi mente. Si yo creo, encomiendo toda mi vida a Él. Si yo creo, sé que soy libertado porque Cristo ha hecho eso por mí. Veo que aparte de Él estoy perdido, desecho y condenado. Esto es una profunda acción; es un compromiso; es el descansar de todo lo que soy en ese hecho.
El segundo fruto del nuevo nacimiento es amor a Dios. La manera en la cual Juan lo pone es: “todo aquel que ama al que engendró…”. Los cristianos ven que son pecadores merecedores del infierno y que hubieran llegado allí a no ser por Su gran amor al enviar a Su Hijo. Ellos ven el amor de Dios por ellos, y entonces aman a Dios; ellos ven que le deben todo a Él. Me parece que ésta es una de las cosas más fundamentales acerca de los hombres y mujeres cristianas. Sin importar cuán buena sea la vida que ellos estén viviendo ahora como santos, ellos todavía se sienten como pecadores merecedores del infierno, y que ellos le deben todo a la gracia de Dios; es el amor de Dios solo lo que ha hecho lo que ellos son. Ellos pierden su sentido de terror y un sentido de enemistad con Dios y son llenos de un sentido de profunda gratitud hacia Él.
Y el fruto final es, por su puesto, que nosotros amamos a nuestros hermanos: “todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él”. Miramos a los otros creyentes, y vemos en ellos la misma disposición que tenemos. Vemos que ellos le deben todo a la gracia de Dios, al igual que nosotros. Vemos que a pesar de su pecaminosidad Dios envió a Su Hijo a morir por ellos, tal como lo hizo por nosotros; y estamos conscientes de esta unión. Aunque hay muchas cosas acerca de ellos que no nos gustan, decimos “ese es mi hermano, mi hermana”.
Este artículo es un extracto tomado de: Martyn Lloyd-Jones. Life in God [Vida en Dios], pp. 19-20. Traducción de Misael Susaña.
Cuando supe que algunos de mis hermanos en la fe no leían la Biblia, quede atónito. Y cuando digo “leer la Biblia” no me refiero a leerla sólo cuando la iglesia se reúne, sino que me refiero a la disciplina de la lectura diaria de la Biblia. Entonces vino a mi mente la siguiente pregunta: ¿qué si la no-lectura de la Biblia no es algo tan solo de “algunos”, sino de “muchos”? No pasó mucho tiempo antes de que mi temor se confirmara. En el 2012, LifeWay hizo una encuesta en la que preguntó, a aquellos que asisten a la iglesia y que afirman querer agradar a Jesús, con cuánta frecuencia ellos leían la Biblia: