Veamos algunos de los himnos antiguos que me han ayudado a alabar a Dios como Él quiere y merece ser alabado. Éstos tienen una buena teología en sus letras, que es el fundamento para ese espíritu o emoción que Dios espera que esté presente en la alabanza.
Cabeza ensangrentada, por Bernardo Claraval. Este himno presenta a Jesucristo como nuestro sustituto, quien sufrió el castigo a pesar de que fuimos nosotros que pecamos (Is. 53:4, 5):
“Pues oprimida tu alma fue por el pecador;
La transgresión fue mía, mas tuyo fue el dolor;
Hoy vengo contristado, merezco tu dolor,
Concédeme tu gracia; ¡oh! Dame tu favor”.
Tal como soy, por Charlotte Elliott. Este himno nos muestra cómo luce aquella persona que responde al llamamiento de Dios (Jn. 6:37):
“Tal como soy de pecador,
Sin más confianza que tu amor,
Ya que me llamas, acudí;
Cordero de Dios, heme aquí”.
