En este sermón, el pastor Misael Susaña trata los consejos prácticos que Jesús dio en Sus seis antítesis.
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Una justicia mayor que la de los fariseos.
Para entrar en el cielo se requiere una justicia «mayor que la de los escribas y fariseos». Dios tiene esta clase de justicia y la ofrece a nosotros en Jesucristo.
Lo que necesitas para negarte al pecado.
¿Alguna vez te ha pasado por la cabeza que las tentaciones de los personajes de la Biblia no eran tan fuertes como las tuyas? No es así necesariamente. En el capítulo 39 del libro de Génesis se relata el muy conocido incidente de José y la mujer de Potifar. La mujer de Potifar deseó a José y le propuso que se acostara con ella.
A diferencia de la apariencia física de José –quien tenía una apariencia hermosa (v. 6)–, no se nos dice nada acerca de la apariencia física de la mujer de Potifar. Pero lo que sí podemos asegurar es que ella era una mujer con dinero y con poder ya que ella era esposa del oficial de Faraón.
Se dice que esa misma mujer era la que le “insistía a José día tras día” (v. 10) que se acostara con ella. Ella incluso llegó a agarrarlo de la ropa. Sin duda alguna esa era una tentación más grande que la de la chica en bikini en el monitor de tu computadora. ¿Cuál fue la respuesta de José? Negarse, negarse y negarse; hasta el punto de huir literalmente de esta mujer.
No sé si lo habías visto de la siguiente manera, pero este relato nos da esperanza: si Dios le dio la gracia a José para negarse día tras día a la tentación y huir de la inmoralidad sexual, Él también puede darte esa gracia a ti y a mí1. Pidámosla con confianza diariamente en oración.
Mientras oramos, hay algo más que podemos hacer. Notemos detenidamente la pregunta de José en el versículo 9: “¿Cómo entonces iba yo a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios?”. La razón por la cual José no accedió a la petición de la mujer de Potifar fue que él sabía que hacer tal cosa era (1) un gran pecado y (2) contra Dios.
La última vez que José entró a la casa no había ningún otro hombre allí dentro. Pero José sabía que había tres personas en aquella habitación: la esposa de Potifar, él y Dios. José también sabía que hacer tal cosa era un gran pecado no sólo contra Potifar, sino también –y principalmente– contra Dios, contra el Dios que había estado con él en sus momentos más difíciles y lo había bendecido. Recordemos esto en la tentación: siempre estamos delante de la presencia de Dios, el Dios que sólo ha sido bueno para con nosotros.
1 Digo que “Dios le dio la gracia a José… [y] Él también pude darte esa gracia” porque Tito 2 dice que es la gracia de Dios la que nos enseña a negarnos a la impiedad y a los deseos mundanos.
Llamados a santidad.
Escuché a alguien decir que hoy en día nos sorprendemos de los pecados que el mundo comete y toleramos los pecados de la iglesia. Pero los pecados del mundo no deberían sorprendernos como si estos fueran lo extraño –aunque sí deberíamos llorar ante ellos y ser luz–; lo que sí debería escandalizarnos es el pecado cometido impenitentemente por la iglesia.
En 1 Tesalonicenses, Pablo habla acerca de la segunda venida de Jesucristo. En ese día, mientras los no-creyentes experimentarán la ira de Dios, los creyentes experimentarán la salvación final. Y esa doctrina tiene implicaciones para el aquí y el ahora, una de ellas se encuentra en el capítulo 4: “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual; que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios” (vv. 3-5).
¿Cuál es la voluntad de Dios para Su iglesia? Que sean santos, específicamente en este pasaje: que se abstengan de la inmoralidad sexual. La inmoralidad sexual abarca: pornografía, masturbación, homosexualidad, sexo fuera del matrimonio, sexo con otra persona que no es el cónyuge, etc. Todos esos pecados son cometidos por los que no conocen a Dios, aquellos que no han entrado en una relación con Dios a través de Jesucristo. Y de ellos Dios se vengará si no se arrepienten (v. 6). Pero a nosotros, que sí conocemos a Dios, Él nos llama a santificación (v. 7). No debería haber ni el más mínimo rastro de ellos dentro de la iglesia de Dios.
En todo esto no somos abandonados a nuestras propias fuerzas. El llamamiento a la santidad está acompañado por una oración para que el Señor «afirme vuestros corazones irreprensibles en santidad» (1 Ts. 3:13) y con la gloriosa realidad de que Dios nos da «su Espíritu Santo» (1 Ts. 4:8), quien nos fortalece para vivir tal como Él quiere que vivamos.