¿Cómo puedo ser más santo?

Dios se presenta a lo largo de toda la Biblia como un Dios Santo. Un ejemplo muy conocido de esto se encuentra en Isaías 6:3, que proclama: «Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria».

De la misma manera, nosotros, como hijos de Dios y parte de la iglesia de Cristo, también estamos llamados a ser santos. El apóstol Pedro lo expresa en su primera carta, 1 Pedro 1:15, diciendo: «sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir».

Ser santo implica ser puro, separado del pecado. Si bien Dios es santo por naturaleza, nos invita a que nosotros también lo seamos. Pero, ¿cómo podemos lograrlo? Pienso que las palabras de Jesús allá en Juan 17:17 –otro versículo bien conocido– son muy instructivas en este sentido:

“Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad”.

ORA A DIOS

El capítulo 17 del evangelio de Juan registra la profunda oración intercesora de Jesús. En ella, Jesús se dirige a su Padre celestial y pide por la santificación de todos los que creen en él, incluyendo a sus discípulos de aquel entonces y a los cristianos de hoy. Esta es la esencia de su petición: que Dios nos haga santos.

¿Por qué es tan importante esta petición? Porque solo Dios puede santificarnos, y lo hace a través de su Espíritu Santo. Que Jesús mismo haya hecho esta súplica nos da dos grandes certezas:

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¿Qué es la mundanalidad?

Los cristianos suelen hablar de la mundanalidad como algo negativo —¡y lo es!—. El apóstol Juan, inspirado por Dios, nos enseña que los hijos de Dios no deben amar al mundo (1 Juan 2:15), sino vencerlo mediante la fe (1 Juan 5:4). Pero esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿qué significa “mundo” en este contexto?

“Mundo” es la traducción de la palabra griega “kósmos” que significa literalmente sistema ordenado:

LO QUE NO SIGNIFICA

Puede referirse a la creación de Dios. Pero aquí Juan no se refiere a la creación de Dios, como si los hijos de Dios no fueran a la playa. Matthew Henry estaba en lo correcto cuando dijo: “El mundo físico es bueno y debe ser admirado como la obra de Dios y como un espejo en el cual Sus perfecciones brillan”.

La palabra también puede referirse a la gente que habita en este planeta. Pero aquí Juan tampoco se refiere a las personas, como si los hijos de Dios vivieran aislados de los inconversos. Pablo dijo que, si no queremos la compañía de inconversos, tenemos que salir de este mundo (1 Co. 5:10).

LO QUE SÍ SIGNIFICA

Con “mundo”, Juan quiere significar el sistema organizado de maldad con sus principios y prácticas, bajo la autoridad de Satanás, que incluye sus enseñanzas, ideas, valores, actitudes, actividades que son contrarias a Dios y atraen a las personas para que se alejen de El.

El mundo te hace ver como normal las enseñanzas que no vienen de Dios y como extrañas las enseñanzas de la Biblia. El mundo te hace ver el pecado como atractivo y la santidad como fea. El mundo está enseñando que la homosexualidad es amor y que el aborto es progreso. El mundo ha hecho que muchos no vean ningún problema con el sexo fuera del matrimonio. Es el mundo que promueve modas provocativas y no modestas.

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¿Sabes lo que [realmente] significa confesar los pecados?

Según el apóstol Juan en su primera carta, ser un creyente genuino es sinónimo de tener vida eterna, es sinónimo de andar en la luz. En el capítulo 1, Juan explica que uno de los distintivos de quien anda en la luz es que confiesa sus pecados a Dios. Y esta confesión es el medio (no negociable) por el cual recibimos el perdón que Dios nos ofrece en Cristo Jesús. Así lo expresa el apóstol:

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (v. 9).

La confesión debe dirigirse a Dios, porque es a Él a quien hemos ofendido. Y sólo Él tiene la autoridad y el poder para perdonar nuestros pecados.

Lo que debemos confesar son nuestros pecados. Aunque el término “pecado” literalmente significa “errar al blanco”, esto no se refiere meramente a errores involuntarios. Más bien, señala cómo nuestras acciones y actitudes quedan cortas frente a los estándares santos de Dios; no cumplen con Sus demandas.

Entonces, surge una pregunta clave: ¿qué significa realmente “confesar”?

La palabra que se traduce aquí como «confesar» conlleva la idea de estar de acuerdo con alguien, alinearse con su perspectiva, respaldar lo que dice. Es decir, implica llegar a la misma conclusión que otra persona. Por lo tanto, confesar nuestros pecados a Dios significa decir lo mismo que Él dice acerca de nuestro pecado: reconocer su gravedad, admitir que debe ser odiado con todo el corazón y combatido con todas nuestras fuerzas. También implica aceptar que Dios sería justo si decidiera castigarnos o disciplinarnos por nuestra desobediencia.

Un ejemplo de esta actitud lo encontramos en David. En el Salmo 51:3-5, él no niega su pecado ni lo minimiza, sino que lo reconoce abiertamente delante de Dios. Estas son sus palabras:

«Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti, contra Ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de Tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas. Yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre».

Cuando confesamos nuestros pecados de esta manera —alineándonos con lo que Dios dice sobre ellos— no los disfrazaremos con nombres más suaves ni les pondremos etiquetas aceptables:

  • No llamaremos “puntos a mejorar” a lo que Dios llama maldad.
  • No diremos “mentira blanca” para suavizar lo que sigue siendo mentira.
  • No justificaremos el chisme con frases piadosas como “compartir algo para que oremos por eso”.
  • No disfrazaremos la avaricia como “capacidad de ahorro”;
  • ni la ansiedad como “previsión futura”.
  • No llamaremos “inconformismo” a la falta de contentamiento;
  • ni “reconocimiento de virtudes” al orgullo.
  • No consideraremos a una persona iracunda como alguien con “alto sentido de justicia”.
  • No diremos que simplemente “decimos la verdad” cuando en realidad usamos palabras ásperas;
  • ni afirmaremos que “somos prudentes al hablar” cuando en realidad lo que tenemos es temor a los hombres.

Cuando confesamos verdaderamente, no sólo dejamos de negar nuestro pecado:

  • tampoco culpamos a otros (“esa persona me provocó”),
  • no lo minimizamos (“¿qué tiene eso de malo?”, “¡nadie es perfecto!”, “¡todo el mundo lo hace!”),
  • ni lo justificamos (“sí, hice eso, pero lo hice porque…”).

Y tú, ¿ya confesaste tu pecado ante Dios? Si aún no lo has hecho, este es un buen momento para hacerlo y recibir el perdón que Dios te ofrece en Jesús.

¿Cómo Dios me hizo invencible en un mundo de terror?

Después de que Dios terminó de crear el mundo, esta fue la evaluación que Él mismo hizo: “bueno en gran manera”. Sin embargo, con la entrada del pecado, el mundo se ha transformado en un lugar de terror.

Hoy entré a la versión digital del periódico dominicano Diario Libre, y estas fueron algunas de las noticias que encontré en su portada:

  • 724 mil personas sin agua potable y 700 viviendas afectadas por lluvias en RD; siguen las alertas.
  • Jhon Kohr Reyes llegó muerto al hospital luego de ser detenido por policías en un operativo.
  • Hombre muere tras ser atropellado en San Pedro de Macorís; conductor se da a la fuga.
  • Niños, vecinos y un perro fueron testigos: así la policía mató a un joven en Herrera.

Sentí entonces la necesidad de saber si solo mi país era escenario de tanto terror. Así que visité el portal de CNN en Español, y me encontré con lo siguiente:

  • Encuentran cuerpos de 13 trabajadores de mina en Perú reportados como secuestrados.
  • Hamas ejecuta a palestinos por saquear en Gaza.
  • Alerta epidemiológica en Ecuador por brotes de tos ferina y fiebre amarilla activa medidas de contingencia.
  • El volcán Kilauea de Hawai entra en erupción con un patrón poco habitual en casi 40 años.

La conclusión es ineludible: este mundo se ha convertido en un lugar de terror. Aun así, me niego a ser dominado por el pánico. Y empiezo a recordar las formas en que Dios me ha hecho invencible —no solo a mí, sino a todo cristiano—:

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